La aventura de Tavera-Bao: Crónica de un viaje al corazón de la naturaleza dominicana

 

Crónica de un viaje al corazón de la naturaleza dominicana

Mis queridos lectores,

Aquellos de ustedes que me acompañaron en mi última expedición recordarán que nuestro destino final era la legendaria isla en el corazón de la presa de Tavera-Bao. Tras un periplo por las tierras cercanas, llenas de curiosidades y desafíos —¡como el misterio del vertedero de Sabana Iglesia flotando sobre el acueducto, una paradoja que solo la audaz ingeniería de nuestra época podría explicar!—, retomamos el camino.


Pero, antes de sumergirnos en la aventura, permitámonos una breve pausa en el progreso de la civilización. Los trabajos del monorriel en Santiago de los Caballeros avanzan con firmeza. Es un espectáculo digno de admiración: las imponentes vigas y las robustas varillas de acero se alzan, marcando el camino que conectará la Universidad Autónoma de Santo Domingo con la Universidad Tecnológica de Santiago. ¡Una obra colosal que unirá el saber y el progreso en nuestra querida ciudad!


Con el corazón palpitante, continuamos nuestra ruta, adentrándonos en el místico territorio de San José de las Matas, cuna de héroes inmortales. ¿Sabían que esta tierra forjó al general Fernando Valerio, héroe de la batalla del 30 de marzo? Su valentía y la de los hombres de la sierra no solo salvaron a Santiago, sino que preservaron la libertad de nuestra nación en un momento crítico. Un honor a quien honor merece, a esos guerreros anónimos que, como guardianes, emergieron de las lomas para proteger el porvenir de la patria.


Finalmente, llegamos a la orilla de la inmensa presa, justo donde habíamos culminado nuestra aventura anterior. Allí, una humilde yola nos esperaba para iniciar la travesía. Por apenas 100 pesos, nos embarcamos en un cruce fugaz de apenas seis minutos. La "yolita" se deslizó sobre las aguas, ofreciéndonos una experiencia única, un momento de comunión íntima con la naturaleza, donde la serenidad del agua y el verde de la orilla se funden en una postal inolvidable.


Al desembarcar, fuimos recibidos por un letrero que, como un faro de esperanza, proclamaba: "BIENVENIDO AL PARAÍSO". ¡Y no mentía! La isla es un refugio de paz. Al llegar, fuimos acogidos como reyes por el señor Pingo, un alma generosa que nos ofreció un recorrido por su hogar. Pingo, una de las pocas almas valientes que se quedaron para proteger su tierra de las inundaciones, nos contó su historia y la de un hombre visionario llamado Candelier, que junto a él, reforestó esta área, sembrando un bosque que hoy es un testimonio viviente de su perseverancia.


La isla, vasta y misteriosa, nos invitó a explorar sus secretos. Vimos animales curiosos, desde ovejas que a la distancia parecían vacas hasta gansos que nos daban la bienvenida con su peculiar graznido. El silencio era total, solo roto por el lejano murmullo de las aguas. El contraste entre la belleza del lugar y la dura realidad de sus habitantes, quienes a veces pasan semanas sin electricidad, nos recordó que la vida en el paraíso también tiene sus desafíos.

En nuestra travesía de regreso, la esperanza me invadió al pensar en un proyecto que devolvería a los santiagueros un tesoro olvidado: el espectáculo nocturno de las luciérnagas. Me pregunto si el Jardín Botánico de Santiago podría colaborar para crear un proyecto que permita admirar de nuevo a los "cucuyos", estas criaturas mágicas que, por alguna razón, se han vuelto tan raras en nuestra ciudad.

Este viaje, mis amigos, no fue solo una aventura. Fue un regreso al pasado, un eco de mi juventud. Me recordó que el agua que hoy bebemos en Santiago es un regalo de esta presa, una proeza de ingeniería que es la primera de su tipo en el país.

El asombro y la gratitud llenan mi corazón. Con esa misma emoción, los dejo, pues el próximo capítulo de nuestras exploraciones promete ser tan fascinante como este.

¡Permanezcan atentos!


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