La mancha del progreso y los saltos de jima
La mancha del progreso y los saltos de jima
En el corazón de la República Dominicana, donde la naturaleza despliega su más grande esplendor, el río Maimón fluye con una pureza cristalina. O al menos, así era. Siguiendo el curso de sus aguas, un hedor fétido interrumpe la serenidad. Los sueños de un baño refrescante se desvanecen al descubrir la fuente del problema: una granja de cerdos que vierte sus desechos directamente sobre las aguas. El contraste es brutal: de un lado, la vida en su máxima expresión; del otro, la contaminación que amenaza con silenciarla.
Mientras me adentro en la maleza, mis ojos encuentran una planta de morí-viví, y por un instante, regreso a la inocencia de mi niñez. Toco sus hojas y, como por arte de magia, se encogen. Es un recordatorio de que la naturaleza tiene sus propios mecanismos de defensa, y es nuestra responsabilidad protegerla. Pero esta realidad nos golpea, mostrándonos una y otra vez que no todos los progresos son positivos.
Una llamada a la conciencia
Este viaje se transforma en una crónica de denuncia. El río Maimón, un gigante dormido con el potencial de un paraíso ecoturístico, está sufriendo. Sus aguas, que podrían ser un motor de desarrollo para las comunidades de Maimón y Juan Adrián, son envenenadas sin piedad. No se trata solo del río; se trata de las familias, los niños y las generaciones futuras que dependen de esta fuente de vida. Es un grito de alerta a las autoridades de medio ambiente: el rol de ustedes es proteger, supervisar y sancionar. No podemos quedarnos de brazos cruzados, permitiendo que la irresponsabilidad de unos pocos arrebate el derecho a la salud de tantos.
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El río maimon en la comunidad de charleny |
No hay excusas. La vida, como las aguas del río Maimón, encuentra su curso. Y si bien la contaminación nos roba un baño refrescante, el espíritu de la denuncia nos invita a levantar la voz y actuar.
La aventura de los saltos de Gima
Dejando atrás la amargura, retomo mi camino. Finalmente, llego a mi destino: los saltos de jima. Pero la travesía no está exenta de obstáculos. La naturaleza, que debería ser un refugio accesible, se está convirtiendo en un lujo. Un laberinto de pagos y permisos me recuerda el costo de la preservación, una barrera que aleja a muchos dominicanos de su propio patrimonio natural.
A pesar de todo, la belleza es innegable. Los escalones de piedra me dan la bienvenida a un paraíso de más de 27 charcos. El Charco de Jengo es un espejo de agua esmeralda que invita a la inmersión, mientras que la fuerza del Salto de la Juventud nos recuerda el poder indomable de la naturaleza.
El Puente del Amor, una estructura de madera reciclable, se erige como un símbolo de esperanza y una promesa de renovación. Es un ejemplo de que, con creatividad y conciencia, podemos coexistir en armonía con la naturaleza.
Al final de esta jornada, me doy cuenta de que este viaje no es solo sobre descubrir nuevos lugares. Es un llamado a la acción. Es una historia que nos pide reflexionar sobre el precio del desarrollo, el papel de las autoridades y nuestra responsabilidad como ciudadanos.
Un chapuzón final en el último charco me limpia el alma. Pero el recuerdo de la denuncia sigue ahí, recordándome que el viaje del ecoturismo es también un camino de lucha y de defensa. Porque al final, la verdadera aventura no es encontrar tesoros, sino protegerlos.
¿Crees que el ecoturismo debe ser accesible para todos o es necesario un costo para su preservación?
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