De la Paz de Monte Alvernia a la Sombra en Dicayagua


El Misterio de la Montaña Olvidada: De la Paz de Monte Alvernia a la Sombra en Dicayagua

Si el hombre desea realmente conocerse, debe primero despojarse de sus comodidades y entregarse al camino. El viaje es una expedición hacia el exterior que, inevitablemente, nos lleva al interior.


Santiago, mi ciudad natal, guarda secretos en sus cumbres y valles que a menudo ignoramos. Atraído por el eco de una promesa, una brújula invisible me guio hacia las entrañas de la sierra, hacia parajes cuyos nombres —Dicayagua, Monte Alvernia— susurran historias de fe, de naturaleza virgen y, tristemente, de olvido.


Armado solo con mi GPS y la incesante curiosidad que mueve a todo verdadero explorador, me adentré en la ruta. El camino me condujo inicialmente a Dicayagua, un área que, a pesar de ser una reserva potencial, mostraba las primeras cicatrices de la desidia: la basura arrastrada por el viento, los vestigios de un mantenimiento que no llega. Una desolación que me hizo meditar: ¿Señalar esta herida en mi bitácora de turista, o levantar la voz como un cronista de la naturaleza herida? Elegí lo segundo. Mi misión, como vuestro humilde narrador, es mostrarles aquello que se esconde detrás de las postales.


La Estación de la Paz: Ascenso a Monte Alvernia

Mi expedición continuó hacia el Monte Alvernia, un ascenso que se sintió como un cambio de dimensión. Al cruzar sus puertas, la Sierra de Santiago se revela en su esplendor más puro, tupida y silente. Este lugar no es un simple destino turístico, es un santuario, una pausa en el frenesí del mundo.


El Monte Alvernia opera como un circuito de retiro espiritual. A cada paso, se revelan las Estaciones del Vía Crucis, con sus kioscos y sendas tranquilas, invitando a la meditación. La vista de la Garita del Divino Niño y la silueta de la Cruz que se alza en la cima, visible desde la distancia, confirman su carácter sacro y profundamente arraigado en la fe.


Mientras ascendía, solo se escuchaba el latido de mi corazón, el crujido de mis botas y el susurro del viento entre los árboles. La tranquilidad era tan absoluta que me encontré con un alma solitaria, entregada a la meditación, un ser que había encontrado su centro en este oasis de verdor. En ese instante, comprendí la verdadera misión de estos lugares: ofrecer paz en medio del caos. Es la imagen de la Sierra tal como debería ser: viva, densa y respetada.

El Desafío al Horizonte: La Denuncia del Desastre

Pero cada viaje de exploración encierra una verdad incómoda. Al igual que el Capitán Hatteras veía el hielo polar avanzar sobre su barco, yo vi una sombra extenderse sobre la Sierra.

El contraste entre la paz del Monte Alvernia y el panorama que se vislumbra más allá es un puñetazo en el alma. La Sierra, que debería ser eternamente tupida, muestra zonas "peladas", heridas abiertas por la mano del hombre. Este "desnombramiento" (como bien le llamamos a este desastre ecológico) es una afrenta directa a nuestra responsabilidad como custodios de este planeta.


Dicayagua no es solo un mapa; es un llamado a la acción.

Mi bitácora se divide ahora en dos rutas:

 * La Ruta del Turismo: Seguiré compartiendo cómo llegar a estos lugares de paz, cómo disfrutar del silencio de la naturaleza y de la belleza de la fe en Santiago.

 * La Ruta de la Conciencia: Pero también, mis estimados, debemos dar voz a la tierra. El clamor de estas lomas peladas debe ser escuchado, y me declaro en una nueva expedición: la de dar "en la madre" a quienes despojan a nuestra sierra de su vida.


La aventura no siempre es descubrir lo desconocido; a veces es defender lo conocido. Y en este punto de mi viaje, decido alzar el ancla y zarpar hacia la batalla por nuestra ecología.

Video de la Expedición

Aquí puedes revivir la travesía de paz y denuncia en Monte Alvernia, Zalaya y Dicayagua:


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